miércoles, 25 de marzo de 2020

Otro año sin verano 4

          Cada vez que tengo que ir a comprar, tiemblo. Lo que más me molesta es que desde el principio los dueños de los supermercados están diciendo que no habrá desabastecimiento, pero luego vas y no encuentras casi nada de lo que buscas.

          Supongo que tenemos distinto criterio a la hora de interpretar la palabra “desabastecimiento”: yo pienso que estarán los mismos productos de siempre en las estanterías porque irán reponiéndolos según se vayan agotando, pero ellos lo entienden como que hay mercancía en los almacenes, pero no la sacan a medida que se va acabando porque contratar a más reponedores es una pérdida de dinero.

Imágenes de los destrozos provocados por el tormentón de julio de 2018 en el Parque Pignatelli





          Por no hablar de que hay algunos establecimientos que tienen perpetuamente la estanterías medio vacías o completamente limpias: ¡horror!, porque me obligan a salir de nuevo o a visitar distintos comercios hasta que encuentro lo que necesito. Más tiempo fuera de casa, más probabilidad de entablar indeseable amistad con “la bisha”.






          Por otro lado, he comprobado que algunos establecimientos están reduciendo su variedad (un par de tipos de jabón, en lugar de la miríada que había anteriormente) y reponiendo sólo productos que saben que van a vender. Otros que son menos populares en este estado de acaparamiento y comida basura, no los traen.






          El gran problema es que no todo el mundo goza de una salud envidiable que le permita comer cualquier cosa, y a veces determinados alimentos sólo se encuentran en un establecimiento concreto. Es muy difícil hacer la compra en un sólo lugar. También hay productos que ya no venden porque supongo que van derivados a sanidad (guantes, desinfectantes, etc.).






          Al principio, antes del aislamiento obligatorio, me divertía la histeria colectiva de la gente arramplando con el papel higiénico (especialmente el barato, que dura menos), como había pasado en Australia. Yo todavía estoy tratando de calcular cuánto me dura un rollo de los habituales.

          Recuerdo el día 12 de marzo: entré en un supermercado y su aspecto era una mezcla de hora previa a la apertura de puertas al público (con palés obstaculizando los pasillos y estanterías medio vacías) y mañana de Navidad, con mucha gente comprando ávidamente. Como notas añadidas, una trabajadora reponiendo constantemente papel higiénico y la ausencia de gel de manos.






          Me pregunto qué van a hacer los supermercados cuando pase esta crisis y las ventas de productos no perecederos desciendan porque los compradores tienen acumulado de sobra. ¿Harán ofertas especiales?



 


          Pero pronto la histeria comenzó a ser irritante. La ciudad estaba polarizada entre los desquiciados y los que nos quejábamos de ellos por cómo nos perjudicaban vaciando los supermercados. También recuerdo a algún psiquiatra explicando cómo el cerebro de la razón debe controlar al de la emoción (animal), porque este último es el de la histeria.
 




          Finalmente, los histéricos acabaron obligándonos a los demás a acaparar casi compulsivamente los productos que necesitábamos y los que no, porque temíamos ir a comprar y volvernos de vacío. Después, el aislamiento obligatorio nos empujó a lo mismo, porque, viendo lo que está durando esto en otros países, es mejor salir lo menos posible y almacenar lo máximo, aunque sigan faltando productos.

          Primero nos dicen que no nos preocupemos, que no compremos masivamente, que habrá de todo (pero no lo hay), y después nos dicen que no salgamos de casa e incluso nos controlan la cantidad de compra en algunos establecimientos.



 

          Al final, van a tener razón los histéricos y los abuelos de la postguerra con su compulsión acumulativa. La próxima vez que se acerque algo similar (que pasará, porque el mundo está globalizado y hecho un asco), aunque suceda en las antípodas, arrasaré las estanterías de los productos que necesito. Echo de menos las despensas que se tienen en los pueblos.

          Me gustaría ir a comprar, encontrar todo lo que necesito (que no es mucho, pero es básico) y no tener que perder el tiempo ni arriesgar mi salud y la de los míos porque los supermercados no están debidamente abastecidos.

          Por cierto, sigo viendo abuelos saliendo más de lo que deberían. Parece como si tuviéramos un gen de “suicidio pasivo geriátrico” que se activa en algunas personas al llegar a cierta edad. No se quieren morir, pero tampoco se cuidan. Me da pena que no lo entiendan y cómo puede afectar a sus familias.




 

✻ ✼ ✻


Cambiando de tercio, en ocasiones... veo belugas.

          Las redes se están llenando de peticiones de compartir imágenes a las que se les atribuye las cualidades sobrenaturales de superación, evitación o alejamiento de la bicha. La que más me ha gustado es la del cetáceo blanco, que, al parecer, da buena suerte, como los famosos búhos aquellos.

          ¡Y pensar que llegué a creer que el ser humano evolucionaría linealmente, que superaría supersticiones y avanzaría! ¡Puñetera historia cíclica y puñetera mente humana!


Puente del Tercer Milenio, abril de 2019



          


          Por supuesto, las imágenes religiosas empiezan a abundar. Para quien le interese, según la tradición católica, san Roque y san Sebastián son los patrones contra la peste, el cólera y la gripe. Así que supongo que también lo son del covid-19.

          Está bien que la gente se aferre a sus creencias (siempre y cuando no perjudiquen ni obliguen a los demás. Anda que no nos gusta a todos imponer lo nuestro), pero no descuidemos la ciencia y el desarrollo.


          La ciencia, por ejemplo, nos explica qué es un volcán y nos dice si está extinguido y si podemos vivir cerca; las religiones suelen utilizar el miedo a la ira de los dioses para tener a la gente sometida y haciendo sacrificios y ofrendas irracionales para aplacar ese enfado que se manifiesta en lava y terremotos. La ciencia es la que hace las curas y las vacunas.





          Recuerdo el inicio de este año: la gente supersticiosa estaba aterrada porque es bisiesto (“año bisiesto, año siniestro”), como si el arreglo para corregir el desfase entre los 365 días de nuestro calendario y los 365 y pico días del año real atrajeran todo tipo de desgracias. Como si los años no bisiestos estuvieran libres de tragedias.


          Por otro lado, una gran mayoría estaba superjapi porque la cifra 2020 les parecía un número precioso y por ello auguraba cosas buenas. ¡Más de 2000 años después y seguimos relacionando belleza con bondad!


Esta nube es casi simétrica y  es bonita


 

          Son sólo números, que varían según la referencia religiosa o histórica de cada cultura, o que tratan de ajustar la medida del tiempo. Por cierto, estamos en el año 2772 desde la fundación de Roma, pero en abril será el 2773. ¿Observamos el vuelo de las aves para saber qué nos deparará?
 

Por aquí no pasa ninguna





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