domingo, 22 de marzo de 2020

Otro año sin verano 2


           Los que escuchamos mucho la radio, llevamos años observando cómo la mayoría de los locutores y colaboradores repiten los mismos temas y lugares comunes insistentemente. Da igual la emisora.

Fuente de Neptuno o de La Princesa en el Parque Grande. Julio de 2019.


 

           Algunos periodistas demuestran tener criterio, cultura y sentido crítico, pero el resto sueltan las noticias tal y como les llegan, y repiten arquetipos, errores de conocimiento general, etc. Como cuando entrevistan a un científico y lo describen como una “rata de laboratorio”. No sí si se debe a que quizá los periodistas estudian su carrera fuera de un campus común y por eso desconocen otras realidades, aunque pasen el tiempo haciendo entrevistas a todo tipo de personas.

Atis pensativo en el Museo de Zaragoza (copia del de Huesca). Marzo de 2019.

 


           Yo soy de letras puras purísimas, pero en mis tiempos de estudiante me relacionaba con alumnos de ciencias que visitaban los bares como cualquiera, salían, iban a conciertos, viajaban, etc. Como en todas partes, en las facultades hay gente de todo.
 



           Los periodistas son los primeros que difunden información y modas absurdas (las descubro gracias a ellos) que incluso pueden tener consecuencias negativas, como ocurre con cada tontada nutricional o de salud. Pienso, por ejemplo, en los superalimentos: ellos cuentan y fomentan una moda extranjera, la gente la sigue y en otro país se talan los árboles, desaparece la fauna autóctona y se destroza el suelo para que los lugareños cultiven sin descanso en condiciones inhumanas ese alimento divino; después, la moda se acaba, el suelo se agota y la tierra se desertiza porque ya no hay árboles que retengan agua (como pasó en Haití).

Iglesia de Nuestra Señora de la Almudena (c/ Escoriaza y Fabro). Febrero de 2019.



           Mientras, aquí, cuando la moda ya se ha impuesto, comienzan a aparecer en los medios algunos médicos y nutricionistas titulados insistiendo (con poco éxito) en que los beneficios que les aporta ese superalimento los consiguen tomando un puñado de garbanzos a la semana. Por otro lado, aparecen los ecologistas explicando cómo la superproducción del superalimento perjudica a la agricultura propia, al suelo y a la gente. Y sí, son superalimentos porque superengordan la riqueza de los empresarios. Todo muy súper.

Fuente de Neptuno. Julio de 2019.



 
          ¿A qué viene esta diatriba? A que, como yo, otras personas han enviado quejas a los medios para que no hagan apología de las manifestaciones grupales ruidosas en los balcones (reivindicativas, artísticas, de narcisista que quieren hacerse virales, humorísticas, etc.).
 
          Ya que difunden y anuncian estas actividades públicas, también deberían pedir respeto hacia la gente e incluso fomentar la tranquilidad. Hay momentos para todo, pero parece que a los mediterráneos nos gusta el ruido más que a un tonto un lápiz. Al nacer, me equivoqué de lugar.

           No estoy en contra de las manifestaciones sonoras balconeras si son puntuales y para algo importante (dar apoyo, agradecimiento, etc.), pero se está convirtiendo (como era previsible por el efecto llamada y por el “minuto de gloria”), en una costumbre que ocupa varios momentos del día y en algunos lugares las autoridades hasta se plantean utilizar la megafonía pública. 

          De lo que no hay duda es que la contaminación acústica crea conflictos y puede llegar a enfermar seriamente. Ya que estamos obligados a estar en casa, deberíamos pensar en tener una convivencia vecinal basada en el respeto.

Meandro de Ranillas. Febrero de 2019.



           Los periodistas aún no han comentado en antena nuestras quejas. Todo lo contrario, disfrutan animando a la gente a que realice estas alegres actividades en distintos lugares y horas del día. ¿Por qué? Creo que la mayoría de ellos repiten las noticias sin tener criterio y sin llegar a analizar lo que dicen ni a plantearse las consecuencias de lo que difunden.

Pintada en la balaustrada del Parque Grande. Abril de 2019.
 


           Es probable que vivan en una burbuja donde todos sus amigos y familiares sean jóvenes, sanos y nada les afecte; o quizá están paradójicamente desinformados o han olvidado que hay gente a la que le perjudica gravemente el ruido: enfermos físicos y mentales, discapacitados mentales, teletrabajadores, trabajadores que duermen por el día, estudiantes... y gente a la que maldita la gracia que le hace tener que soportar por obligación la mala educación de otros. Suena a broma, pero la música y el ruido son utilizados como instrumentos de tortura por los ejércitos.

Torre Spirale” en el Centro de Historias. Julio de 2019.




El texto anterior lo empecé a escribir antes de que sucediera lo siguiente:


          La tarde del jueves de esta semana tuvimos que soportar que un vecino de la acera de enfrente sacara sus enormes altavoces al balcón y pusiera música a todo volumen durante hora y media. El ruido era tal, que incluso bajando persianas y cerrando puertas se escuchaba en las habitaciones del lado opuesto de la casa.

          No se podía hacer nada, ni con auriculares o tapones. Se oía en toda la calle y más lejos. Por si fuera poco, tenía un megáfono o algo similar con el que animaba a la gente. Por supuesto, en algunos balcones había personas bailando cualquier cosa que pusiera, porque hay gente que baila hasta con el ritmo de una gotera.

Pegatina que tiene una década o más.



          Al día siguiente, ya sabía que este vecino iba a repetir “la berbena” porque los altavoces seguían en el balcón, así que tuve que modificar todas mis actividades para poder irme por la tarde al lado interior de mi casa, esperando que no pusiera el “chunda chunda” también por la mañana. Afortunadamente, su tortura empezó más tarde y duró menos de una hora.

          Además, como estas acciones hacen efecto llamada y hay bastante ególatra exhibicionista maleducado, hubo algún otro vecino en otra calle que hizo lo mismo.

“El profeta” en el Museo Pablo Gargallo. Febrero de 2020.
 


           Afortunadamente, el sábado tuvimos la tarde en paz. Quizá alguien o la policía intervino. Hoy está siendo un día tranquilo (toco toda la madera que encuentro).

Silla aislada y tranquila junto al Mirador de Helios. Febrero de 2020.




          Las autoridades gubernamentales tampoco están incidiendo todavía en la necesidad del respeto social, porque (creo yo), aparte de los crecientes problemas que les origina el virus, no quieren cortarle el rollo esperanzador y solidario a la gente: que disfruten de su euforia grupal identitaria, porque luego vendrá lo peor y a muy pocos les apetecerá seguir con sus manifestaciones públicas de baile y bullicio.  

          Dicen que en España las autoridades hacen la vista gorda ante el pirateo porque las condiciones laborales son muy malas y hay que tener a la gente entretenida: pan y circo o pan y toros.

Carpas comiendo vilanos de chopos en el Canal Depósito del Parque del Agua. Abril de 2018.




          Lo que está claro, es que como no empiecen pronto a controlar los excesos de ruido, muchos pongan la música a todo volumen y empiecen a berrear como ciervos en celo, vamos a tener graves problemas, porque ahora los sufridores aguantamos en silencio (para evitar conflictos y porque vamos contra la corriente dominante, y no está bien visto no formar parte de la manada gregaria); pero con el tiempo, el desgaste hará que más gente se harte de soportar los invasivos escándalos ajenos.

           Vamos a disfrutar de cierta paz, por favor, que nos quedan, al menos, un par de meses así. Finjamos que somos un país nórdico donde se respeta la tranquilidad vecinal.

“La Siesta”. Septiembre de 2019.



Sobre las esculturas, ver Torre Spirale y La Siesta

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