Título de mi aportación para
ARCO, la feria internacional de arte contemporáneo (y de negocios turbios y
blanqueos varios, según dicen).
La pena es que en realidad no
es obra mía y no me saca de pobre, sino de los adolescentes de cuerpo y razón
que con sus “candados de amor” (sí, ése es su nombre) han estado ayudando económicamente
a los ferreteros, asustando a los arquitectos y perjudicando a los
ayuntamientos, que son quienes los tienen que quitar y correr con los gastos.
¿Lo mejor? La cara de la gente viéndome fotografiar tal cosa esta mañana, junto al Puente de Santiago, detrás de La Zuda. |
Según santa wiki, la
costumbre procede de un relato serbio de hace un siglo, pero la fiebre de las
últimas décadas se debe a la novelita, y posterior peli, de un tal Moccia.
Qué gregarios, qué tontos
somos y qué dados a las histerias colectivas: hordas persiguiendo pokemons por
un juego, jóvenes suicidándose por un relato epistolar de Goethe, tortolitos
colocando candados para asegurar supersticiosamente su amor, etc. Habría que
ver cuántas de estas parejas han sobrevivido como tal en la última década.
Ver también las entradas anteriores Cuánto ababol y Candados en el Puente de Santiago.
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