martes, 12 de abril de 2016

Amorr





          ¿Lapsus cálami, efusividad amorosa o variante americana? En el primer caso, se habría colado una erre de más y tendríamos un sonido vibrante múltiple (-rr-), lo que me recuerda a esos cantantes anglosajones que con fortuna desigual hacen sus pinitos en español; en el segundo, se trataría de un alargamiento de la r simple (-r-), aunque hubiera sido mejor prolongar la e (“te quieeero”); y en el tercero, no salgo de mi asombro al comprobar en san gúguel que hay bastantes entradas hispanoamericanas en las que se escribe el verbo como “querrer”, pero se pronuncia “querer”.

          Lo que no tiene perdón es la mezcla de mayúsculas y minúsculas ni la separación de palabras. En mis tiempos, que tampoco hace tanto, los preadolescentes ya controlábamos estos temas, aunque sólo fuera porque los profes se encargaban de ello con sus puntos negativos.

          Vamos pa’trás, sobre todo considerando que la letra parece femenina, por su redondez y esos puntos circulares que siempre me han parecido poco prácticos para coger apuntes a toda velocidad. ¡Con lo que costó que la mujer pudiera recibir instrucción o simplemente saber leer y escribir!

          Siglos atrás algunos pensaban que si “el pueblo”, es decir, todo hijo de vecino, tuviese acceso a la cultura, el mundo mejoraría en todos los sentidos. En nuestro país, en esta época, tenemos la suerte de poder llegar a casi todo el conocimiento, pero muchos hacen apología de la incultura y de la ignorancia, y desprecian el saber en toda su amplitud. A los poderosos les encanta esto porque les hace más fuertes. El miedo y el desconocimiento son armas maravillosas para que la gente haga ofrendas absurdas a sus caprichosas deidades y viva temerosa y sumisa. El miedo y el desconocimiento no permiten el desarrollo de la medicina (que previene con vacunas y cura), de la física (que explica un eclipse), de la geología (que ayuda a vigilar un volcán) ni de cualquier otra disciplina que explique científicamente el mundo y nos ayude a comprenderlo y a vivir mejor, con más confianza y libertad.

          Pero es el boca a boca del entorno social (familia, lugar, etc.) el que manda y difunde los disparates. Esto se transmite generacional y transversalmente, como todas las mentiras que esos programas del misterio y del pseudo-más-allá repiten década tras década, pese a que hace ya tiempo que fueron desmontadas científicamente. Hay quienes se fían más del consejo de la vecina o del cuñado que de los estudios concluyentes de un montón de sesudos pero desconocidos expertos. Es penoso que a estas alturas todavía haya gente joven que ponga una castaña pilonga debajo de la cuna de un niño para quitarle el mal de ojo, y no hablo de personas de una aldea aislada.

          Es un eterno retorno, la historia es como una espiral y nunca se erradicará totalmente esa necesidad de una explicación irracional, no importa lo desarrollados que estén el conocimiento y la ciencia; quizá porque forma parte de la naturaleza de algunas personas, mientras que para otras es innata la búsqueda de la verdad racional y real. No se trata de que todo el mundo tenga estudios superiores, se trata de que la gente tenga espíritu crítico y respeto hacia el saber.

          Sería genial que los conocimientos acertados se difundieran y fijaran a través de las generaciones, diacrónicamente, anulando de forma definitiva las falsedades, pero es que la ignorancia y lo irracional son un gran negocio para los poderosos.


          Cuánto da de sí una simple pintada mal escrita. Por cierto, la fotografía es de marzo de este año, en la calle Predicadores, en el mismo lugar donde estaba el cartel de Espanglish, sin duda es el sitio de los caprichos ortográficos.

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