“Flânerie”. Imágenes de objetos, situaciones, flora y fauna tomadas en la ciudad durante algunos paseos ociosos.
martes, 31 de marzo de 2020
Doble santidad
No, no es un nimbo, pero el efecto óptico es curioso.
Aunque la iglesia parroquial de San Pablo tiene mucha relevancia histórica y artística, es considerada la tercera catedral de Zaragoza y sigue muy activa, la aureola sobre la torre mudéjar octogonal es un reflejo de las luces interiores del renovado Mercado Central. Me parece maravilloso que ahora se pueda ver el exterior mientras se pasea por los pasillos.
Las imágenes fueron tomadas a finales de febrero de este año y el recién abierto Mercado Central estaba lleno de turistas y de locales comprando y curioseando.
jueves, 26 de marzo de 2020
Otro año sin verano 5
Las
personas que pasan mucho tiempo en casa (cuidadores, amas/os de casa,
parados, enfermos, hikikomoris, etc.) y que escuchan mucho la radio
están alucinando con tanta sandez sobre cómo llenar el tiempo de
encierro: redescubrir la casa, hacer ejercicio, conocerse a uno mismo
y a la familia... Hablan como si la mayoría de los oyentes
trabajaran en oficinas y vivieran en ciudades, como si todos
lleváramos la misma vida.
Las Murallas, enero de 2016 |
No
entiendo a los urbanitas que al inicio de esta situación pensaron
que era mejor salir de sus ciudades y pasar la crisis en zonas de
veraneo o en localidades que no siempre tienen un hospital general.
Si enfermas, ¿no es mejor estar en un centro hospitalario que
conoces, cerca de tu casa, donde tienes todo lo que necesitas a mano?
¡Dulce pensamiento de invulnerabilidad!
Me
gustaría entender esa querencia o moda que obliga a la mayoría a
irse de su casa en cuanto tiene días u horas libres. Con lo que
cuesta tener una casa, equiparla, etc., ¿por qué no disfrutan de
todo ello? Bueno, ahora tendrán que hacerlo.
El
gregarismo explica gran parte de nuestra conducta. No nos gusta la
libertad social ni sentirnos minoría y ser rechazados.
Nos movemos como los estorninos.
Las
redes sociales y los teléfonos inteligentes (que lo son porque han
creado una adicción mundial) nos han convertido en borregos, y no
podemos escapar porque para todo se nos exige estar conectados. Dicen
que en esta época, a diferencia de las anteriores, somos
individualistas y poco sociables; yo creo que somos una masa uniforme
y vírica subyugada por las modas empresariales.
Los
teléfonos y sus cámaras: ideal para narcisistas exhibicionistas,
que antes sólo eran adolescentes y ahora, de todas las edades.
Extimidad. Gente haciendo el idiota en los balcones y en todas partes
porque quiere ser el centro de atención y convertirse en viral.
Influencers (palabro que me recuerda a la fluenza inglesa) que
difunden desafíos absurdos. ¿A que no hacen un SilentChallenge o un
Internet Silence Challenge para todo el tiempo que dure este
aislamiento?
El
borregismo aterra: da igual que sea por histeria colectiva (esta
época es especialmente propicia gracias a las redes: caza de
pokemons, etc.) o por gregarismo ideológico. Observas la historia y
la naturaleza humana, y da miedo porque no se puede controlar
fácilmente. Se acaba como las plagas de langostas, de repente,
cuando se quedan sin alimento.
¡Ese
subidón que da el sentirse identificado con un grupo y arropado por
él! El problema viene cuando el grupo dominante es irracional,
histérico. Entonces no hay grises: o estás con ellos o contra
ellos. En ese contexto, es mal asunto tener espíritu crítico y ser
diverso. Te aísla realmente y puede destruirte.
Nos
gusta imponer nuestro criterio a los demás. En todos los
estados políticos y sociales siempre hay gente que quiere hacerlo.
En esta crisis no podía ser menos.
A
pocos días del inicio aislamiento, una vecina puso este cartel en el
ascensor.
Debemos
evitar conflictos dentro y fuera de casa. Ningún vecino ha
reaccionado, que yo sepa, pero como me ha molestado su tono, le respondo aquí
y termino de desahogarme en estas entradas
absurdas con fotos casi aleatorias que estoy haciendo en este blog
durante el imperio del bicho. Terapia que me ahorro.
En
este edificio viven alrededor de medio centenar de personas, algunas de las cuales
tienen que comprar lo imprescindible en supermercados en los que las
estanterías están medio vacías, lo que obliga a volver a salir de
nuevo. Se puede congelar pan y alimentos para algunos días, pero en
las familias con numerosos miembros no hay suficientes congeladores
en las casas para almacenar tanta comida en general y no todo el
mundo tiene la salud adecuada para comer pan de molde o alimentos
procesados.
Hay
gente que tiene que salir a hacer su propia compra y la de familiares
mayores o enfermos. Hay vecinos sanitarios que van a trabajar y hacen
guardias. Hay perros, que deben sacarse a pasear dos o tres veces al
día. Y un largo etcétera. No salimos a la calle por gusto. A ver si
controlamos la expresión de la intransigencia, que de aquí a empezar a
denunciar a la gente que nos cae mal, hay un paso.
¡Vaya si regnat! Calle Santiago, febrero de 2016 |
Es
probable que con esta crisis, la economía y las costumbres cambien.
Estaría bien que la gente dejara de ser tan superficial, intolerante
y radical con los demás (o estás conmigo o contra mí). Una cosa es
tener tu opinión y otra es atacar directa y agresivamente a las personas que no la comparten o no actúan como tú. Para la mayoría, si no eres públicamente solidario, si no te ven colaborar, si no sales al balcón
cuando toca, si no eres optimista y esperanzado, si no “lo que
sea”, eres mala persona. ¡Cómo se echa de menos un poco de
individualidad a veces!
Detalle |
Estoy
pensando también en las manifestaciones del Día de la Mujer,
además de los congresos, los conciertos y el deporte que hubo ese
fin de semana.
En
febrero ya teníamos contagiados en la Península y ese fin de semana
ya se había propagado, pero no se podía decir nada públicamente
(ni siquiera a muchas amistades) sobre el peligro que implicaba ir a estos
actos multitudinarios (me da igual la ideología): te podían atacar,
te decían que era una tontería, te tachaban de antifeminista,
ultra, etc.
Puente de la Ronda Norte, noviembre de 2017 |
Ahora
la gente se enfada con el gobierno porque éste no impidió dichos
actos. ¿De verdad necesitaban que papá-dirigente les dijera algo
tan obvio? ¿Después de lo que estaba pasando en otros países?
Seguro que si los hubieran prohibido, la gente se hubiera enfadado y
hubiera acudido a pesar de todo.
No
necesitamos que nos digan todo el tiempo lo que tenemos que hacer,
sólo tenemos que estar informados, ser críticos con toda esa
información y aplicar el menos común de los sentidos.
Además, los
gobiernos nos cuentan lo que quieren, como siempre ha sucedido en
todas partes y en todas las épocas. ¿De verdad alguien se cree que
un país dictatorial, opaco, que tiene comprada la deuda de medio
mundo, ha tenido menos fallecidos que otro país europeo? Sí, me
refiero a esa dictadura que ahora quiere culpar a otros del origen
del virus.
De
cualquier modo, se lo han montado bien: son los primeros en superar
la crisis, donan una parte del stock médico que les ha sobrado y
después mejoran su economía produciendo y vendiendo más cantidad al resto del
mundo.
Seguro que ahora a los jefes de la UE (que de unión tiene
poco) ya no les hace tanta gracia la idea de la deslocalización de
empresas fuera de Europa. No se pueden poner todos los huevos en una
cesta, que casi todos los productos que necesitamos se hagan fuera de
nuestras fronteras porque allí es más barata la mano de obra.
Tampoco
me creo las cifras que están dando de nuestro país: no se hace el
test a todo el mundo (hay gente contagiada y aislada en su casa, pero
no consta como tal), dudo que se estén haciendo pruebas a todas las
personas que fallecen ahora o que lo hicieron antes de marzo por enfermedades que
se complicaron, etc. Siempre es lo mismo. Luego los
historiadores se vuelven locos con los datos contradictorios y
falsos.
Durante estos días, buscar y recibir información de la situación y de las
prohibiciones me ha llevado a tal saturación mental, que de vez en cuando tengo que aislarme
informativamente (lo que me dejan en casa, que no es mucho): no estoy
leyendo la prensa, pero supongo que habrá artículos periodísticos
que ya estarán diciendo cosas similares más certeras que estas
poco meditadas y viscerales que estoy soltando.
Por
cierto, me sorprende toda esa gente (a la que imagino alejada de la
información habitual y felizmente absorbida por sus ocupaciones
diarias) que dice que esta pandemia les ha pillado por sorpresa y que
nadie la esperaba. La OMS lleva años alertando sobre ello. Supongo
que creían que sería como el ébola, que se quedaría en otro
continente. La globalización y el libre movimiento tienen estas cosas,
sobre todo cuando el problema se origina en un país que produce
masivamente para todo el planeta. No desprecio a esa gente asombrada,
la envidio y creo que debería de empezar a dejar de informarme para
ser despreocupadamente feliz.
Como
dicen por ahí, “vamos a salir de ésta”, sí, pero no mejor y no
todos.
miércoles, 25 de marzo de 2020
Otro año sin verano 4
Cada vez que tengo que ir a comprar, tiemblo. Lo que más me molesta es que desde el principio los dueños de los supermercados están diciendo que no habrá desabastecimiento, pero luego vas y no encuentras casi nada de lo que buscas.
Supongo que tenemos distinto criterio a la hora de interpretar la palabra “desabastecimiento”: yo pienso que estarán los mismos productos de siempre en las estanterías porque irán reponiéndolos según se vayan agotando, pero ellos lo entienden como que hay mercancía en los almacenes, pero no la sacan a medida que se va acabando porque contratar a más reponedores es una pérdida de dinero.
Por no hablar de que hay algunos establecimientos que tienen perpetuamente la estanterías medio vacías o completamente limpias: ¡horror!, porque me obligan a salir de nuevo o a visitar distintos comercios hasta que encuentro lo que necesito. Más tiempo fuera de casa, más probabilidad de entablar indeseable amistad con “la bisha”.
Por otro lado, he comprobado que algunos establecimientos están reduciendo su variedad (un par de tipos de jabón, en lugar de la miríada que había anteriormente) y reponiendo sólo productos que saben que van a vender. Otros que son menos populares en este estado de acaparamiento y comida basura, no los traen.
El gran problema es que no todo el mundo goza de una salud envidiable que le permita comer cualquier cosa, y a veces determinados alimentos sólo se encuentran en un establecimiento concreto. Es muy difícil hacer la compra en un sólo lugar. También hay productos que ya no venden porque supongo que van derivados a sanidad (guantes, desinfectantes, etc.).
Al principio, antes del aislamiento obligatorio, me divertía la histeria colectiva de la gente arramplando con el papel higiénico (especialmente el barato, que dura menos), como había pasado en Australia. Yo todavía estoy tratando de calcular cuánto me dura un rollo de los habituales.
Recuerdo el día 12 de marzo: entré en un supermercado y su aspecto era una mezcla de hora previa a la apertura de puertas al público (con palés obstaculizando los pasillos y estanterías medio vacías) y mañana de Navidad, con mucha gente comprando ávidamente. Como notas añadidas, una trabajadora reponiendo constantemente papel higiénico y la ausencia de gel de manos.
Me pregunto qué van a hacer los supermercados cuando pase esta crisis y las ventas de productos no perecederos desciendan porque los compradores tienen acumulado de sobra. ¿Harán ofertas especiales?
Pero pronto la histeria comenzó a ser irritante. La ciudad estaba polarizada entre los desquiciados y los que nos quejábamos de ellos por cómo nos perjudicaban vaciando los supermercados. También recuerdo a algún psiquiatra explicando cómo el cerebro de la razón debe controlar al de la emoción (animal), porque este último es el de la histeria.
Finalmente, los histéricos acabaron obligándonos a los demás a acaparar casi compulsivamente los productos que necesitábamos y los que no, porque temíamos ir a comprar y volvernos de vacío. Después, el aislamiento obligatorio nos empujó a lo mismo, porque, viendo lo que está durando esto en otros países, es mejor salir lo menos posible y almacenar lo máximo, aunque sigan faltando productos.
Primero nos dicen que no nos preocupemos, que no compremos masivamente, que habrá de todo (pero no lo hay), y después nos dicen que no salgamos de casa e incluso nos controlan la cantidad de compra en algunos establecimientos.
Al final, van a tener razón los histéricos y los abuelos de la postguerra con su compulsión acumulativa. La próxima vez que se acerque algo similar (que pasará, porque el mundo está globalizado y hecho un asco), aunque suceda en las antípodas, arrasaré las estanterías de los productos que necesito. Echo de menos las despensas que se tienen en los pueblos.
Me gustaría ir a comprar, encontrar todo lo que necesito (que no es mucho, pero es básico) y no tener que perder el tiempo ni arriesgar mi salud y la de los míos porque los supermercados no están debidamente abastecidos.
Por cierto, sigo viendo abuelos saliendo más de lo que deberían. Parece como si tuviéramos un gen de “suicidio pasivo geriátrico” que se activa en algunas personas al llegar a cierta edad. No se quieren morir, pero tampoco se cuidan. Me da pena que no lo entiendan y cómo puede afectar a sus familias.
Cambiando de tercio, en ocasiones... veo belugas.
Las redes se están llenando de peticiones de compartir imágenes a las que se les atribuye las cualidades sobrenaturales de superación, evitación o alejamiento de la bicha. La que más me ha gustado es la del cetáceo blanco, que, al parecer, da buena suerte, como los famosos búhos aquellos.
¡Y pensar que llegué a creer que el ser humano evolucionaría linealmente, que superaría supersticiones y avanzaría! ¡Puñetera historia cíclica y puñetera mente humana!
Por supuesto, las imágenes religiosas empiezan a abundar. Para quien le interese, según la tradición católica, san Roque y san Sebastián son los patrones contra la peste, el cólera y la gripe. Así que supongo que también lo son del covid-19.
Está bien que la gente se aferre a sus creencias (siempre y cuando no perjudiquen ni obliguen a los demás. Anda que no nos gusta a todos imponer lo nuestro), pero no descuidemos la ciencia y el desarrollo.
La ciencia, por ejemplo, nos explica qué es un volcán y nos dice si está extinguido y si podemos vivir cerca; las religiones suelen utilizar el miedo a la ira de los dioses para tener a la gente sometida y haciendo sacrificios y ofrendas irracionales para aplacar ese enfado que se manifiesta en lava y terremotos. La ciencia es la que hace las curas y las vacunas.
Recuerdo el inicio de este año: la gente supersticiosa estaba aterrada porque es bisiesto (“año bisiesto, año siniestro”), como si el arreglo para corregir el desfase entre los 365 días de nuestro calendario y los 365 y pico días del año real atrajeran todo tipo de desgracias. Como si los años no bisiestos estuvieran libres de tragedias.
Por otro lado, una gran mayoría estaba superjapi porque la cifra 2020 les parecía un número precioso y por ello auguraba cosas buenas. ¡Más de 2000 años después y seguimos relacionando belleza con bondad!
Son sólo números, que varían según la referencia religiosa o histórica de cada cultura, o que tratan de ajustar la medida del tiempo. Por cierto, estamos en el año 2772 desde la fundación de Roma, pero en abril será el 2773. ¿Observamos el vuelo de las aves para saber qué nos deparará?
Supongo que tenemos distinto criterio a la hora de interpretar la palabra “desabastecimiento”: yo pienso que estarán los mismos productos de siempre en las estanterías porque irán reponiéndolos según se vayan agotando, pero ellos lo entienden como que hay mercancía en los almacenes, pero no la sacan a medida que se va acabando porque contratar a más reponedores es una pérdida de dinero.
Imágenes de los destrozos provocados por el tormentón de julio de 2018 en el Parque Pignatelli |
Por no hablar de que hay algunos establecimientos que tienen perpetuamente la estanterías medio vacías o completamente limpias: ¡horror!, porque me obligan a salir de nuevo o a visitar distintos comercios hasta que encuentro lo que necesito. Más tiempo fuera de casa, más probabilidad de entablar indeseable amistad con “la bisha”.
Por otro lado, he comprobado que algunos establecimientos están reduciendo su variedad (un par de tipos de jabón, en lugar de la miríada que había anteriormente) y reponiendo sólo productos que saben que van a vender. Otros que son menos populares en este estado de acaparamiento y comida basura, no los traen.
El gran problema es que no todo el mundo goza de una salud envidiable que le permita comer cualquier cosa, y a veces determinados alimentos sólo se encuentran en un establecimiento concreto. Es muy difícil hacer la compra en un sólo lugar. También hay productos que ya no venden porque supongo que van derivados a sanidad (guantes, desinfectantes, etc.).
Al principio, antes del aislamiento obligatorio, me divertía la histeria colectiva de la gente arramplando con el papel higiénico (especialmente el barato, que dura menos), como había pasado en Australia. Yo todavía estoy tratando de calcular cuánto me dura un rollo de los habituales.
Recuerdo el día 12 de marzo: entré en un supermercado y su aspecto era una mezcla de hora previa a la apertura de puertas al público (con palés obstaculizando los pasillos y estanterías medio vacías) y mañana de Navidad, con mucha gente comprando ávidamente. Como notas añadidas, una trabajadora reponiendo constantemente papel higiénico y la ausencia de gel de manos.
Me pregunto qué van a hacer los supermercados cuando pase esta crisis y las ventas de productos no perecederos desciendan porque los compradores tienen acumulado de sobra. ¿Harán ofertas especiales?
Pero pronto la histeria comenzó a ser irritante. La ciudad estaba polarizada entre los desquiciados y los que nos quejábamos de ellos por cómo nos perjudicaban vaciando los supermercados. También recuerdo a algún psiquiatra explicando cómo el cerebro de la razón debe controlar al de la emoción (animal), porque este último es el de la histeria.
Finalmente, los histéricos acabaron obligándonos a los demás a acaparar casi compulsivamente los productos que necesitábamos y los que no, porque temíamos ir a comprar y volvernos de vacío. Después, el aislamiento obligatorio nos empujó a lo mismo, porque, viendo lo que está durando esto en otros países, es mejor salir lo menos posible y almacenar lo máximo, aunque sigan faltando productos.
Primero nos dicen que no nos preocupemos, que no compremos masivamente, que habrá de todo (pero no lo hay), y después nos dicen que no salgamos de casa e incluso nos controlan la cantidad de compra en algunos establecimientos.
Me gustaría ir a comprar, encontrar todo lo que necesito (que no es mucho, pero es básico) y no tener que perder el tiempo ni arriesgar mi salud y la de los míos porque los supermercados no están debidamente abastecidos.
Por cierto, sigo viendo abuelos saliendo más de lo que deberían. Parece como si tuviéramos un gen de “suicidio pasivo geriátrico” que se activa en algunas personas al llegar a cierta edad. No se quieren morir, pero tampoco se cuidan. Me da pena que no lo entiendan y cómo puede afectar a sus familias.
✻ ✼ ✻
Cambiando de tercio, en ocasiones... veo belugas.
Las redes se están llenando de peticiones de compartir imágenes a las que se les atribuye las cualidades sobrenaturales de superación, evitación o alejamiento de la bicha. La que más me ha gustado es la del cetáceo blanco, que, al parecer, da buena suerte, como los famosos búhos aquellos.
¡Y pensar que llegué a creer que el ser humano evolucionaría linealmente, que superaría supersticiones y avanzaría! ¡Puñetera historia cíclica y puñetera mente humana!
Puente del Tercer Milenio, abril de 2019 |
Por supuesto, las imágenes religiosas empiezan a abundar. Para quien le interese, según la tradición católica, san Roque y san Sebastián son los patrones contra la peste, el cólera y la gripe. Así que supongo que también lo son del covid-19.
Está bien que la gente se aferre a sus creencias (siempre y cuando no perjudiquen ni obliguen a los demás. Anda que no nos gusta a todos imponer lo nuestro), pero no descuidemos la ciencia y el desarrollo.
La ciencia, por ejemplo, nos explica qué es un volcán y nos dice si está extinguido y si podemos vivir cerca; las religiones suelen utilizar el miedo a la ira de los dioses para tener a la gente sometida y haciendo sacrificios y ofrendas irracionales para aplacar ese enfado que se manifiesta en lava y terremotos. La ciencia es la que hace las curas y las vacunas.
Recuerdo el inicio de este año: la gente supersticiosa estaba aterrada porque es bisiesto (“año bisiesto, año siniestro”), como si el arreglo para corregir el desfase entre los 365 días de nuestro calendario y los 365 y pico días del año real atrajeran todo tipo de desgracias. Como si los años no bisiestos estuvieran libres de tragedias.
Por otro lado, una gran mayoría estaba superjapi porque la cifra 2020 les parecía un número precioso y por ello auguraba cosas buenas. ¡Más de 2000 años después y seguimos relacionando belleza con bondad!
Esta nube es casi simétrica y es bonita |
Son sólo números, que varían según la referencia religiosa o histórica de cada cultura, o que tratan de ajustar la medida del tiempo. Por cierto, estamos en el año 2772 desde la fundación de Roma, pero en abril será el 2773. ¿Observamos el vuelo de las aves para saber qué nos deparará?
Por aquí no pasa ninguna |
lunes, 23 de marzo de 2020
Otro año sin verano 3
Envío mucho ánimo y deseo muchísima paciencia a quienes conviven con personas tóxicas o de trato complicado. Ya lo decía Sartre en A puerta cerrada: "L'enfer, c'est les Autres".
Por cierto, el vecino impresentable de los altavoces en el balcón volvió a torturarnos ayer y hoy se prevé la misma situación, dado que los bafles ahí siguen, como el dinosaurio monterrosiano.
Cómo me gustaría que lloviera e hiciera mucho frío lo que resta de confinamiento: los altavoces se mojarían y a nadie le apetecería salir a hacer el mono de feria. No lo digo por las manifestaciones de agradecimiento, sino por las discotecas que se montan algunos y que no dejan vivir a los demás.
¡Es tan irritante que una sola persona, haciendo algo ilegal, pueda alterar tanto tu vida y tu humor y no puedas evitarlo! Para más inri, ahora parece que tienen un invitado más en casa… Dando ejemplo de buen comportamiento a su hija, sí señor.
Respecto a otras manifestaciones balconeras, tampoco está de más recordar que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.
Lo del mal tiempo también va por esos abuelitos que están más en la calle que en su casa. ¡Qué difícil es aceptar que nos impongan un cambio de rutina y de vida, y más a ciertas edades! Terca vejez.
Espero que este enclaustramiento sirva para que algunos padres entiendan que tienen que poner límites y reglas a sus criaturas. Los niños son seres inmaduros física y mentalmente, que necesitan amor y seguridad, pero también disciplina y educación para vivir en sociedad. Por eso son menores de edad y sus tutores son los responsables. Los maestros no son canguros contratados por los padres, como algunos de éstos creen.
Si no te gustan los niños o no tienes coyuntura/personalidad/tiempo para ellos, no los tengas. Te harás un favor a ti mismo, a la sociedad y a esa persona que has creado y a la que no has educado para que sea independiente, respetuosa y feliz. Además, los expertos afirman que somos una plaga y cuanta más gente se concentra en un espacio reducido, más conflictos se generan. Hagámosles caso a ellos y no a los grandes poderes, para quienes más población implica mayor enriquecimiento.
Veo asomarse a gente a la que nunca he visto y me viene a la cabeza la película Monsieur Hire y su versión en bucle del cuarteto de Brahms. Va de un mirón. Esta situación también me ha recordado La máscara de la muerte roja de Poe y he acabado releyéndola.
Sospecho que hay habitantes que están redescubriendo sus balcones y se han encontrado en ellos criaderos de ratas con alas. A ver si esto ayuda a reducir la plaga. También me acuerdo de los alimentadores habituales de palomas y espero que les haya caído una buena multa por salir ni necesidad, ya que no la reciben el resto del año.
Las aves que veo desde casa saben desde el principio que pasa algo. Los gorriones se asoman perplejos desde el tejado desde el cual se lanzaban para llevarse las migas de comida basura de las terrazas hosteleras. Menos mal que tienen las macetas, que les proporcionan comida sana.
Asimismo, han empezado a cantar más bajo porque se oyen mejor. Ya no se desgañitan, aunque el tráfico sigue siendo inexplicablemente abundante por aquí. Las ratas aladas están muy pasivas. Las urracas se aventuran más a pisar la calle, pero no con suficiente tranquilidad porque la panadería recibe visitas a todas horas del día, más de lo habitual.
Es genial ventilar la casa por la mañana y que no se contamine con el olor a tabaco procedente de los fumadores de las puertas de los bares. ¿Por qué hay tanto bar en una calle tan pequeña? ¿Por qué no dejan que haya locales para fumadores, con la entrada prohibida a menores? Molestan y contaminan. Los médicos diciéndote que no fumes (cosa que nunca has hecho) y tú tragándote pasivamente el humo de otros cuando paseas o cuando ventilas, aunque no vivas en una primera planta.
Es maravilloso no escuchar el barullo diario y nocturno del bar chino y de sus 30 mesas en la terraza (algo menos en invierno). En total, en verano la calle llega a tener 45 mesas, más sus correspondientes sillas. Ni siquiera es una zona bonita o interesante.
Los bares no deberían tener más mesas fuera que las que caben dentro de su local, y los veladores con calefacción deberían estar prohibidos por contaminantes. No entiendo la necesidad de tomarse un café a primera hora de la mañana o a última de la noche, entre semana, en una acera cualquiera de una zona no turística.
También agradezco la paralización de los ensayos para Semana Santa. Siempre hay demasiados cerca de aquí (que se acentúan cuando hay cierzo) y te destrozan los paseos finisemanales por la naturaleza durante tres meses.
Recuerdo con desagrado un domingo primaveral por el Soto de Cantalobos que se prometía amoenus: estaba a más de 2 km de cualquier calle y los dichosos bombos sonaban como cajas del ejército gabacho a punto de invadirnos.
Lo invadimos todo y a todos con nuestras actividades.
En la entrada anterior olvidé poner un enlace sobre la protección de los niños en internet y redes.
Puerta de la Iglesia de San Pablo. Noviembre de 2018. |
Por cierto, el vecino impresentable de los altavoces en el balcón volvió a torturarnos ayer y hoy se prevé la misma situación, dado que los bafles ahí siguen, como el dinosaurio monterrosiano.
Cómo me gustaría que lloviera e hiciera mucho frío lo que resta de confinamiento: los altavoces se mojarían y a nadie le apetecería salir a hacer el mono de feria. No lo digo por las manifestaciones de agradecimiento, sino por las discotecas que se montan algunos y que no dejan vivir a los demás.
¡Es tan irritante que una sola persona, haciendo algo ilegal, pueda alterar tanto tu vida y tu humor y no puedas evitarlo! Para más inri, ahora parece que tienen un invitado más en casa… Dando ejemplo de buen comportamiento a su hija, sí señor.
Respecto a otras manifestaciones balconeras, tampoco está de más recordar que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.
Camino entre Helios y el Ebro. Noviembre de 2018. |
Lo del mal tiempo también va por esos abuelitos que están más en la calle que en su casa. ¡Qué difícil es aceptar que nos impongan un cambio de rutina y de vida, y más a ciertas edades! Terca vejez.
Espero que este enclaustramiento sirva para que algunos padres entiendan que tienen que poner límites y reglas a sus criaturas. Los niños son seres inmaduros física y mentalmente, que necesitan amor y seguridad, pero también disciplina y educación para vivir en sociedad. Por eso son menores de edad y sus tutores son los responsables. Los maestros no son canguros contratados por los padres, como algunos de éstos creen.
Si no te gustan los niños o no tienes coyuntura/personalidad/tiempo para ellos, no los tengas. Te harás un favor a ti mismo, a la sociedad y a esa persona que has creado y a la que no has educado para que sea independiente, respetuosa y feliz. Además, los expertos afirman que somos una plaga y cuanta más gente se concentra en un espacio reducido, más conflictos se generan. Hagámosles caso a ellos y no a los grandes poderes, para quienes más población implica mayor enriquecimiento.
San Valero del año pasado |
Veo asomarse a gente a la que nunca he visto y me viene a la cabeza la película Monsieur Hire y su versión en bucle del cuarteto de Brahms. Va de un mirón. Esta situación también me ha recordado La máscara de la muerte roja de Poe y he acabado releyéndola.
Sospecho que hay habitantes que están redescubriendo sus balcones y se han encontrado en ellos criaderos de ratas con alas. A ver si esto ayuda a reducir la plaga. También me acuerdo de los alimentadores habituales de palomas y espero que les haya caído una buena multa por salir ni necesidad, ya que no la reciben el resto del año.
-A mí no me mires que yo estoy en el tejado del patio del Colegio San Vicente de Paúl, junto al Arco del Deán. Febrero de 2018. |
Las aves que veo desde casa saben desde el principio que pasa algo. Los gorriones se asoman perplejos desde el tejado desde el cual se lanzaban para llevarse las migas de comida basura de las terrazas hosteleras. Menos mal que tienen las macetas, que les proporcionan comida sana.
Asimismo, han empezado a cantar más bajo porque se oyen mejor. Ya no se desgañitan, aunque el tráfico sigue siendo inexplicablemente abundante por aquí. Las ratas aladas están muy pasivas. Las urracas se aventuran más a pisar la calle, pero no con suficiente tranquilidad porque la panadería recibe visitas a todas horas del día, más de lo habitual.
Estas preciosidades se mueven poco. Grafiti aviar en la calle Maestro Luna. Septiembre de 2017. |
Es genial ventilar la casa por la mañana y que no se contamine con el olor a tabaco procedente de los fumadores de las puertas de los bares. ¿Por qué hay tanto bar en una calle tan pequeña? ¿Por qué no dejan que haya locales para fumadores, con la entrada prohibida a menores? Molestan y contaminan. Los médicos diciéndote que no fumes (cosa que nunca has hecho) y tú tragándote pasivamente el humo de otros cuando paseas o cuando ventilas, aunque no vivas en una primera planta.
Vista desde la pasarela del Parque Goya. Enero de 2018. |
Es maravilloso no escuchar el barullo diario y nocturno del bar chino y de sus 30 mesas en la terraza (algo menos en invierno). En total, en verano la calle llega a tener 45 mesas, más sus correspondientes sillas. Ni siquiera es una zona bonita o interesante.
Los bares no deberían tener más mesas fuera que las que caben dentro de su local, y los veladores con calefacción deberían estar prohibidos por contaminantes. No entiendo la necesidad de tomarse un café a primera hora de la mañana o a última de la noche, entre semana, en una acera cualquiera de una zona no turística.
También agradezco la paralización de los ensayos para Semana Santa. Siempre hay demasiados cerca de aquí (que se acentúan cuando hay cierzo) y te destrozan los paseos finisemanales por la naturaleza durante tres meses.
Recuerdo con desagrado un domingo primaveral por el Soto de Cantalobos que se prometía amoenus: estaba a más de 2 km de cualquier calle y los dichosos bombos sonaban como cajas del ejército gabacho a punto de invadirnos.
El Soto de Cantalobos en una agradable mañana de septiembre de 2019 |
Lo invadimos todo y a todos con nuestras actividades.
En la entrada anterior olvidé poner un enlace sobre la protección de los niños en internet y redes.
domingo, 22 de marzo de 2020
Otro año sin verano 2
Los
que escuchamos mucho la radio, llevamos años observando cómo la
mayoría de los locutores y colaboradores repiten los mismos temas y
lugares comunes insistentemente. Da igual la emisora.
Fuente de Neptuno o de La Princesa en el Parque Grande. Julio de 2019. |
Algunos
periodistas demuestran tener criterio, cultura y sentido crítico,
pero el resto sueltan las noticias tal y como les llegan, y repiten
arquetipos, errores de conocimiento general, etc. Como cuando
entrevistan a un científico y lo describen como una “rata de
laboratorio”. No sí si se debe a que quizá los periodistas
estudian su carrera fuera de un campus común y por eso desconocen
otras realidades, aunque pasen el tiempo haciendo entrevistas a todo
tipo de personas.
Atis pensativo en el Museo de Zaragoza (copia del de Huesca). Marzo de 2019. |
Yo
soy de letras puras purísimas, pero en mis tiempos de estudiante me
relacionaba con alumnos de ciencias que visitaban los bares como
cualquiera, salían, iban a conciertos, viajaban, etc. Como en todas
partes, en las facultades hay gente de todo.
Los
periodistas son los primeros que difunden información y modas
absurdas (las descubro gracias a ellos) que incluso pueden tener
consecuencias negativas, como ocurre con cada tontada nutricional o
de salud. Pienso, por ejemplo, en los superalimentos: ellos cuentan y
fomentan una moda extranjera, la gente la sigue y en otro país se
talan los árboles, desaparece la fauna autóctona y se destroza el
suelo para que los lugareños cultiven sin descanso en condiciones
inhumanas ese alimento divino; después, la moda se acaba, el suelo
se agota y la tierra se desertiza porque ya no hay árboles que
retengan agua (como pasó en Haití).
Iglesia de Nuestra Señora de la Almudena (c/ Escoriaza y Fabro). Febrero de 2019. |
Mientras,
aquí, cuando la moda ya se ha impuesto, comienzan a aparecer en los
medios algunos médicos y nutricionistas titulados insistiendo (con
poco éxito) en que los beneficios que les aporta ese superalimento
los consiguen tomando un puñado de garbanzos a la semana. Por otro
lado, aparecen los ecologistas explicando cómo la superproducción
del superalimento perjudica a la agricultura propia, al suelo y a la
gente. Y sí, son superalimentos porque superengordan la riqueza de
los empresarios. Todo muy súper.
Fuente de Neptuno. Julio de 2019. |
¿A
qué viene esta diatriba? A que, como yo, otras personas han enviado
quejas a los medios para que no hagan apología de las
manifestaciones grupales ruidosas en los balcones (reivindicativas,
artísticas, de narcisista que quieren hacerse virales, humorísticas,
etc.).
Ya
que difunden y anuncian estas actividades públicas, también
deberían pedir respeto hacia la gente e incluso fomentar la
tranquilidad. Hay momentos para todo, pero parece que a los
mediterráneos nos gusta el ruido más que a un tonto un lápiz. Al
nacer, me equivoqué de lugar.
No
estoy en contra de las manifestaciones sonoras balconeras si son
puntuales y para algo importante (dar apoyo, agradecimiento, etc.),
pero se está convirtiendo (como era previsible por el efecto llamada
y por el “minuto de gloria”), en una costumbre que ocupa varios
momentos del día y en algunos lugares las autoridades hasta se
plantean utilizar la megafonía pública.
De lo que no hay duda es
que la contaminación acústica crea conflictos y puede llegar a
enfermar seriamente. Ya que estamos obligados a estar en casa,
deberíamos pensar en tener una convivencia vecinal basada en el
respeto.
Meandro de Ranillas. Febrero de 2019. |
Los
periodistas aún no han comentado en antena nuestras quejas. Todo lo
contrario, disfrutan animando a la gente a que realice estas alegres
actividades en distintos lugares y horas del día. ¿Por qué? Creo
que la mayoría de ellos repiten las noticias sin tener criterio y
sin llegar a analizar lo que dicen ni a plantearse las consecuencias
de lo que difunden.
Pintada en la balaustrada del Parque Grande. Abril de 2019. |
Es
probable que vivan en una burbuja donde todos sus amigos y familiares
sean jóvenes, sanos y nada les afecte; o quizá están paradójicamente desinformados
o han olvidado que hay gente a la que le perjudica gravemente el
ruido: enfermos físicos y mentales, discapacitados mentales,
teletrabajadores, trabajadores que duermen por el día,
estudiantes... y gente a la que maldita la gracia que le hace tener
que soportar por obligación la mala educación de otros. Suena a
broma, pero la música y el ruido son utilizados como instrumentos de
tortura por los ejércitos.
“Torre Spirale” en el Centro de Historias. Julio de 2019. |
El texto anterior lo empecé
a escribir antes de que sucediera lo siguiente:
La
tarde del
jueves
de
esta
semana tuvimos que soportar que un vecino de la acera de enfrente
sacara sus enormes altavoces al balcón y pusiera música a todo
volumen durante hora y media. El ruido era tal, que incluso bajando
persianas y
cerrando
puertas se
escuchaba en
las habitaciones del lado opuesto de la casa.
No
se podía hacer nada, ni
con auriculares o tapones.
Se oía en toda la calle y más
lejos.
Por si fuera poco, tenía
un megáfono o algo similar con el que animaba a la gente. Por
supuesto, en algunos balcones había
personas bailando
cualquier cosa que pusiera, porque hay gente que
baila hasta con el ritmo de una gotera.
Pegatina que tiene una década o más. |
Al
día siguiente, ya
sabía que este vecino iba a repetir “la berbena”
porque los altavoces seguían en el balcón, así que tuve que
modificar todas mis actividades para poder irme por la tarde al lado
interior de mi
casa, esperando que no pusiera el
“chunda chunda”
también
por
la mañana. Afortunadamente, su tortura empezó más tarde y duró
menos de una hora.
Además,
como estas acciones hacen efecto llamada y
hay bastante ególatra exhibicionista
maleducado,
hubo algún
otro
vecino
en
otra calle que hizo
lo mismo.
“El profeta” en el Museo Pablo Gargallo. Febrero de 2020. |
Afortunadamente,
el sábado tuvimos la tarde en paz. Quizá alguien o la policía
intervino. Hoy está siendo un día tranquilo (toco toda la madera
que encuentro).
Silla aislada y tranquila junto al Mirador de Helios. Febrero de 2020. |
Las
autoridades gubernamentales
tampoco están incidiendo todavía en la necesidad del respeto
social,
porque (creo yo), aparte de los crecientes problemas que les origina
el virus, no
quieren cortarle el rollo esperanzador y
solidario a
la gente: que disfruten de su euforia grupal identitaria, porque
luego vendrá lo peor y a muy pocos
les apetecerá seguir con sus manifestaciones
públicas de baile y bullicio.
Dicen
que en
España
las autoridades hacen
la vista gorda ante
el
pirateo porque las condiciones laborales son
muy malas y hay
que
tener a la gente entretenida: pan y circo o
pan y toros.
Carpas comiendo vilanos de chopos en el Canal Depósito del Parque del Agua. Abril de 2018. |
Lo
que está claro, es que como no empiecen pronto a controlar los
excesos de ruido, muchos pongan
la música a todo volumen y
empiecen
a berrear
como ciervos en celo, vamos a tener graves problemas,
porque
ahora
los sufridores aguantamos en silencio (para
evitar conflictos y porque vamos contra la corriente
dominante, y
no está bien visto no
formar parte de la
manada
gregaria); pero con el tiempo, el desgaste hará que más gente se
harte de soportar los invasivos escándalos ajenos.
Vamos
a disfrutar de cierta paz, por favor, que nos quedan, al menos, un par de meses
así. Finjamos que somos un país nórdico donde se respeta la
tranquilidad vecinal.
“La Siesta”. Septiembre de 2019. |
Sobre
las esculturas, ver Torre Spirale y
La Siesta.