¿Lapsus cálami, efusividad
amorosa o variante americana? En el primer caso, se habría
colado una erre de más y tendríamos un sonido vibrante múltiple (-rr-), lo que
me recuerda a esos cantantes anglosajones que con fortuna desigual hacen sus pinitos
en español; en el segundo, se trataría de un alargamiento de la r simple (-r-), aunque hubiera sido
mejor prolongar la e (“te quieeero”);
y en el tercero, no salgo de mi asombro al comprobar en san gúguel que hay
bastantes entradas hispanoamericanas en las que se escribe el verbo como “querrer”,
pero se pronuncia “querer”.
Lo que no tiene perdón es la mezcla
de mayúsculas y minúsculas ni la separación de palabras. En mis tiempos, que
tampoco hace tanto, los preadolescentes ya controlábamos estos temas, aunque sólo
fuera porque los profes se encargaban de ello con sus puntos negativos.
Vamos pa’trás, sobre todo
considerando que la letra parece femenina, por su redondez y esos puntos
circulares que siempre me han parecido poco prácticos para coger apuntes a toda
velocidad. ¡Con lo que costó que la mujer pudiera recibir instrucción o
simplemente saber leer y escribir!
Siglos atrás algunos pensaban
que si “el pueblo”, es decir, todo hijo de vecino, tuviese acceso a la cultura,
el mundo mejoraría en todos los sentidos. En nuestro país, en esta época, tenemos
la suerte de poder llegar a casi todo el conocimiento, pero muchos hacen
apología de la incultura y de la ignorancia, y desprecian el saber en toda su
amplitud. A los poderosos les encanta esto porque les hace más fuertes. El
miedo y el desconocimiento son armas maravillosas para que la gente haga
ofrendas absurdas a sus caprichosas deidades y viva temerosa y sumisa. El miedo
y el desconocimiento no permiten el desarrollo de la medicina (que previene con
vacunas y cura), de la física (que explica un eclipse), de la geología (que
ayuda a vigilar un volcán) ni de cualquier otra disciplina que explique
científicamente el mundo y nos ayude a comprenderlo y a vivir mejor, con más confianza
y libertad.
Pero es el boca a boca del
entorno social (familia, lugar, etc.) el que manda y difunde los disparates. Esto
se transmite generacional y transversalmente, como todas las mentiras que esos
programas del misterio y del pseudo-más-allá repiten década tras década, pese a
que hace ya tiempo que fueron desmontadas científicamente. Hay quienes se fían
más del consejo de la vecina o del cuñado que de los estudios concluyentes de
un montón de sesudos pero desconocidos expertos. Es penoso que a estas alturas
todavía haya gente joven que ponga una castaña pilonga debajo de la cuna de un
niño para quitarle el mal de ojo, y no hablo de personas de una aldea aislada.
Es un eterno retorno, la
historia es como una espiral y nunca se erradicará totalmente esa necesidad de
una explicación irracional, no importa lo desarrollados que estén el
conocimiento y la ciencia; quizá porque forma parte de la naturaleza de algunas
personas, mientras que para otras es innata la búsqueda de la verdad racional y
real. No se trata de que todo el mundo tenga estudios superiores, se trata de que
la gente tenga espíritu crítico y respeto hacia el saber.
Sería genial que los
conocimientos acertados se difundieran y fijaran a través de las generaciones,
diacrónicamente, anulando de forma definitiva las falsedades, pero es que la
ignorancia y lo irracional son un gran negocio para los poderosos.
Cuánto da de sí una simple
pintada mal escrita. Por cierto, la fotografía es de marzo de este año, en la calle
Predicadores, en el mismo lugar donde estaba el cartel de Espanglish, sin duda es el sitio de los caprichos ortográficos.
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