Hace años pensaba, con cierta
diversión, que muy pocos vecinos de la plaza Albert Schweitzer sabrían
pronunciar correctamente su dirección, excepto aquellos que tuvieran inquietud
intelectual o conocimientos de fonética alemana. También pensaba que recibirían
pocas cartas con el nombre bien escrito (las variantes serían numerosas y hasta
graciosas), aunque siempre les llegarían, gracias a la pericia de los carteros.
Ahora se utiliza menos el correo
postal, pero me siguen viniendo los mismos pensamientos cuando veo placas como la
que fotografié en noviembre de 2014 (hubiera sido un poco más fácil si las
anglosajonas conservaran sus apellidos de soltera):
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